Siempre llega ese inevitable momento de decirle adiós a las personas que amamos, y de no poder por más que queramos prolongar ese hermoso tiempo y poner en pausa los maravillosos momentos, y así se nos escapa el instante. Luego nos queda el deseo y la añoranza de repetir la experiencia, o al menos construir una similar; nos queda el bello pero melancólico recuerdo, la remembranza de aquel instante de felicidad, de risas, de paz, de amor, de amistad y de hermandad.
No puedo dejar de pensar a partir de esto en lo eterno, una idea que por mucho rebasa lo que somos, la forma en que vivimos y la forma en que comprendemos la existencia; siempre temporal, siempre efímera, iniciando y terminando momentos e instantes que se quedan como huellas en la playa del pasado, insertos en ese devenir y en la tormenta llena de tantas cosas: tristes y alegres.
Recuerdo que alguna vez escuché un comentario sobre lo eterno, sobre esa vida incomprensible, y como a pesar de estar tan lejos de ese horizonte, Dios nos permite aquí y ahora beber un poco de esa agua, y saborear esa sensación que tanto anhelamos y que tanto nos llena. Me he apropiado de esa idea de lo eterno y confío en que llegará el cumplimiento de esa promesa; ese momento perfecto, donde estamos riendo, donde nos abrazamos, donde nos sabemos amados y amamos, donde jugamos y nos divertimos, donde sentimos la confianza y la protección de aquel que esta a nuestro lado dándonos soporte, donde puedes admirar sin celos, y puedes enseñar sin soberbia y con humildad; aquel momento donde puedes disfrutar el sabor de una comida deliciosa en compañía de una platica enriquecedora y ver el brillo de la vida misma en los ojos de los demás, o ese alivio de ser ayudado por quien quiere lo mejor de ti.
Esa es mi pequeña eternidad,
lo que me hace agradecer a mi poderoso creador por su amor y por su redención,
lo que me impulsa a buscarle y saber que un día esos momentos perfectos
simplemente no se agotarán, donde no diré adiós con nostalgia, y todo esto
podrá extenderse a un inagotable e inalterable por siempre y en su presencia; esa sensación de felicidad, amor y de no necesitar nada más, con la certeza de
que jamás se ahogara en un recuerdo ese momento.
Si hemos vivido esos momentos,
no podemos menospreciar un regalo de gracia tan grande; porque no existirá
jamás nada comparable con esa perfección.
Agradezco desde lo profundo a
mis personas amadas por llenar mi vida de esos eternos momentos, algún día no
diremos adiós.
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