Nos encontramos en un tiempo complicado, en una crisis
sanitaria y ante circunstancias adversas, con incertidumbre y cierta
desesperanza; también estamos en fechas donde celebramos la navidad, y sabemos
que esta celebración en nuestra sociedad actual ha perdido casi en su totalidad
el peso de la verdad que pretende expresar: las buenas nuevas de salvación por
el nacimiento de Cristo Jesús, la esperanza que nos da el Dios encarnado, Dios
hecho hombre, Dios tomando la forma humana: ¿Dios hecho hombre? ¿Qué significado o sentido
tendría esto?
Hay un texto del poeta y filósofo Jenófanes muy representativo
de uno de los argumentos con los que nos hemos llegado a encontrar al platicar
con algunas personas cuando se intenta demeritar o refutar lo que representa que
Dios se haya hecho a la forma de hombre, el texto dice algo así:
“Si los bueyes, los caballos o los leones tuvieran manos y
fueran capaces de pintar con ellas y de hacer figuras como los hombres, los
caballos dibujarían las imágenes de los dioses semejantes a las de los caballos
y los bueyes semejantes a las de los bueyes y harían sus cuerpos tal como cada
uno tiene el suyo.”
Aunque no podríamos asegurar que Jenófanes quisiera decir
exactamente esto, y tal vez lo que quería decir es que había un Dios verdadero
más allá de aquellos que se representaban en su época, “un Dios no
conocido”, el argumento suele ser
utilizado de forma general para centrarse en la idea de que el hombre al no
poseer elementos para comprender la naturaleza de Dios (o de los dioses), se
los inventa, representa e imagina a su imagen y semejanza; es decir con
características y cualidades inherentes a la naturaleza humana, con formas y
partes corporales humanas, con palabras y voces, con la capacidad de escuchar, la
capacidad de amar, de enojarse, de hacer justicia o incluso injusticias, etc., y
de esta forma crear una entidad
trascendente y divina que cumpla alguna finalidad dentro de su cosmovisión. De
igual manera se ha argumentado cuando nos encontramos ante la necesidad
existencial de sentido y propósito, o ante la angustia del vacío, o ante el
anhelo de recibir perdón por nuestros errores, o de hallar un amor que nunca
falle. Al no encontrar un suelo firme ante todo esto, ante nuestro miedo y todas
estas interrogantes se dice que el hombre se inventa una forma de deidad la
cual pueda ayudarle a resolver este pavor ante la nada, a resolverle sus
cuestionamientos, una ayuda ante la muerte que le permita proyectarse hacia la anhelada
eternidad.
No podemos negar que ante estos argumentos podemos hallar
algo de verdad; existe esa posibilidad y muchos hombres lo han hecho así; han
creado dioses a su imagen y semejanza, y han resuelto sus problemas
existenciales acudiendo a algún tipo de creencia mística religiosa que les haga
sentirse aliviados, pero ¿es esta una razón para creer que en todos los casos
es esta la única posibilidad y que en todos los casos es la única forma válida
de razonar? ¿No podría haber un caso distinto a este modo de razonar? ¿Es razón
suficiente no creer en Dios porque otros se imaginaron la deidad de una forma
errada y la inventaron a su imagen?
UN PRIMER PRINCIPIO
Hace ya muchos años en medio de un clima secularizado en la
filosofía y de un positivismo lógico que defendía el verificacionismo y el
cientificismo, se construyeron sistemas de pensamiento parecidos a estos, que
sin embargo como nos dice el filósofo Alvin Plantinga están construidos bajo
premisas de pensamiento que parten también de un presupuesto, que Dios no
existe. Es decir que este tipo de ateísmo realizó todo un sistema de
pensamiento que tomó este axioma, y a partir de esto constituyó su base
racional, una base racional que hace eco en nuestros días. Sin embargo, nos
dice el mismo filosofo, ¿Por qué sería inválido partir de un axioma diferente?
Que Dios sí existe, por ejemplo, y sobre esa base construir todo un sistema de
pensamiento que racionalmente pueda ser igual de válido.
Ya desde Aristóteles se nos viene diciendo que los primeros
principios o axiomas son indemostrables. Un axioma es una proposición asumida
dentro de un cuerpo teórico sobre el que descansan los demás razonamientos y
proposiciones que se deducen de este principio, por ejemplo: cuando asumimos
que Dios no existe, y se deduce entonces que el hombre se imagina e inventa un dios
con características humanas, o como cuando se dice que es el temor a la nada y
al sin sentido lo que nos lleva a crear un dios. Hace tiempo un científico dijo con respecto a
esto, que en realidad los planteamientos de ciencia contra fe o de lógica contra
fe son toda una serie de falsos dilemas, y que al final todo con respecto al
primer principio es una cuestión de fe; el dilema más bien sería responder a la
pregunta ¿en qué tengo fe?, ¿en qué se basa el principio en el que se funda
toda mi construcción racional, lógica y científica, y cuáles son las argumentaciones
del por qué creo en estos? El
cientificismo decía por ejemplo que sólo era verdad lo que podía comprobarse
científicamente, siendo esta misma afirmación una verdad que no puede ser
probada científicamente y autodestruyéndose por sí misma, o el nihilista
relativista decía que no existe una verdad absoluta, con absoluta certeza de
esa verdad.
¿Cuál es entonces este primer principio de fe del que parte
esta forma de pensar que pretende negar la existencia de Dios y demeritar su
forma humana?, básicamente que todo viene de la nada, una nada que sin embargo
a veces no es absolutamente nada porque requiere de principios o mecanismos que
tampoco se pueden explicar por sí mismos, o la fe en un multiverso o en un
universo eterno con los miles de problemas lógicos y metafísicos que esto
implica; también se basa en la fe de que nada tiene sentido y que tampoco hay un
propósito real para vivir, y que hay una suerte de azar que por accidente fue
formando todo lo que ahora vemos con un aparente sentido, con una aparente
lógica y poseyendo una aparente conciencia racional; y a esto añadimos lo que
algún matemático llegó a decir: incluso recordando que el azar no funciona por sí mismo, requiere
de ciertos principios, como por ejemplo un dado o una moneda y una mano que
lance. Esta fe nos dice que de la nada surgió algo, de lo inconsciente nació la
conciencia y del caos emergió la lógica y el orden, o que de una evolución completamente
ciega y no guiada por un intelecto agente o una causa eficiente se siguió una
sistematización natural que nos llevó a la complejidad de trabajo que cumple
una célula por ejemplo, o a los millones de códigos de información contenidos y
ordenados dentro del ADN que determinan las cualidades de lo que conforma
pertenecer a alguna especie y no a otra;
todos estos, principios indemostrables, por cierto.
Por otro lado, tenemos el axioma de que hay un Dios: un
intelecto agente, un ser increado y
autosuficiente, eterno, todopoderoso, sabio, con conciencia y voluntad, el
primer motor, capaz de establecer una creación que tiene ciertas propiedades que
funcionan sobre leyes establecidas y prefijadas, sistemas de funcionamientos y
mecanismos, conciencia, orden, etc., cosas que vemos reflejadas en su obra y que incluso
pueden servirnos como evidencia a posteriori de su invisible mano y poder: el
ajuste fino del universo, el argumento cosmológico, el diseño inteligente, el
argumento moral, el argumento matemático de la información, la libertad y
racionalidad humanas, la teoría de la mente. Es decir, y completamente inverso
al principio antes referido, una creación hecha por alguien muy poderoso de una
forma inteligente y voluntaria, con mucho amor y sobre todo, la creación de un
hombre hecho a imagen y semejanza suya y no al revés. Nos pregunta ante esto Plantinga,
¿No es igualmente válido construir un sistema racional basado en este primer
principio o axioma? ¿No parecería incluso tener mayor sentido y probabilidad
tener fe en esto?, un sistema en el que incluso la misma fe tiene su lugar
sobre ciertos hechos que podríamos llamar incomprensibles e inefables. Si se
acepta un sistema basado en una fe axiomática como la no existencia de Dios,
tenemos que aceptar que es posible desarrollar también una cosmovisión basada
en la existencia de Dios.
Pero esta fe no es irracional, sino que se desenvuelve como culto
racional sobre un principio que puede incluso darnos un suelo mucho más firme
sobre el cual construir toda una cosmovisión coherente sobre nuestro origen,
propósito, moral y destino. Esa fe se funda además en la experiencia y
conocimiento personal que tenemos de Dios, la revelación especial; que es para
nosotros los creyentes la evidencia más clara de que este primer principio es
el correcto, y por la cual la fe no se explica cómo ciega y sin conocimiento de
la evidencia revelada; sino como confianza y esperanza de lo que sucederá en un
futuro estando en las manos de quien hará lo mejor por nosotros. Por eso un
padre de la iglesia como San Pablo podía decir: “Si el Cristo no resucitó
realmente de los muertos, es una fe vana la que tenemos”; pero como a él mismo Cristo se le reveló yendo camino a Damasco, lo pudo aceptar con toda claridad como una
verdad en su vida.
Sin embargo, para los fines de este ejercicio lógico, no tomaremos en cuenta todavía este argumento y lo pondremos en pausa (sin duda es el argumento más poderoso y sobre el cual descansa la mayor evidencia que podemos tener al experimentar a Cristo en nuestra vida, y es la invitación principal a todo aquel que realmente quiera conocer si esto verdad), sino que simplemente diremos que es igualmente válido partir de un axioma así, y hacer como los que basan su fe en el hecho indemostrable de la inexistencia de Dios, un sistema de pensamiento basado en este otro principio fundamental. Tampoco me voy a detener sobre qué otros argumentos podríamos tener para pensar que este primer principio es mucho más válido que el otro, hay mucho material al respecto, y hoy en día hay muchos argumentos de filósofos, científicos e historiadores que han vuelto a abordar este tema y han vuelto a mirar la importancia de construir sobre la base racional y científica de la existencia de Dios y también han vuelto a observar la historicidad y veracidad de la vida de Jesús.
Simplemente quiero entonces apuntar a que es igualmente válido partir del principio de que Dios existe, y que por lo tanto la forma de razonar sobre el texto de Jenófanes no es el único que podría considerarse como una inferencia válida. Podríamos pensar deductivamente y con igual validez de una forma contraria a estos argumentos, argumentando que es Dios mismo quien decide revelarse en la forma y manera que ÉL quiera ante el hombre, con la finalidad de que este pueda comprenderle de acuerdo con su capacidad y de acuerdo con sus posibilidades; así como decía Tomás de Aquino: Dios es incomprensible en su totalidad, pero eso no significa para nada que Él sea incognoscible. ¿Cómo puede un Dios infinito entrar en la finitud de la mente humana?, hay un sentido etimológico en la palabra Teología que nos dice que lo que podemos conocer de Dios y hablar sobre él proviene de su revelación, la que puede hacer un ente superior ante una entidad inferior; ajustándose, adecuándose a su realidad, dándose a conocer de tal modo que su palabra se vuelva comprensible a un lenguaje específico, a una experiencia, a una posibilidad meramente humana; y en esto ya no hablamos de un hombre imaginando a Dios en su forma humana, sino de Dios revelándose de tal forma que pueda ser conocido por ese hombre. No se puede comprender la totalidad de Dios, pero se pueda alcanzar a ver una verdad en medio de un horizonte comprensivo. Así como un adulto que es cognitivamente superior a un niño y decide emprender un proceso de enseñanza para darle una verdad de acuerdo con su nivel cognitivo, así Dios hace con el hombre en este mal y corto ejemplo. ¿Cómo podría ser posible que aquel que creo el hablar y el escuchar, no pudiera hablar y escuchar? ¿Cómo sería posible que no pudiera pronunciar palabras humanas quien tiene un lenguaje muchísimo más perfecto y de quien emana toda la verdad? Tomás decía que este conocimiento al que podíamos acceder era “análogo” o como decía San Pablo un conocimiento “oscuro”, y sin embargo no es esta una razón para dejar de considerar como verdad aquello ante lo cual accedemos dentro de nuestro horizonte de posibilidades reales y de acuerdo con nuestro nivel, ¿Podríamos soportar una tonelada de conocimiento sobre nuestros hombros sin morir aplastados? ¿Podríamos ver la cara de Dios sin morir?, ¿Por no ser la totalidad, deberíamos desechar lo que está a nuestro alcance conocer? De ninguna manera, sino que más bien, debemos comprometernos con aquello que es completamente cognoscible para el hombre, como aquello que Dios ha decidido revelar desde diferentes medios, y uno de ellos y el más perfecto es precisamente tomando la forma humana.
CRISTO JESÚS, EL ANTROPOMORFISMO DE DIOS PARA CONOCERLE.
Revirtiendo los primeros dichos de Jenófanes; no es el
hombre creando a Dios a su imagen y semejanza, es Dios revelándose en una forma
accesible para el hombre, despojándose de su condición divina y haciéndose como
uno de nosotros, revelando con ello también el propósito de nuestra vida aquí
en la tierra.
Como se mencionó, partir de un axioma es hacerlo desde un
presupuesto o hacerlo asumiendo un primer principio indemostrable, para partir
de ahí y construir un sistema de vida y de pensamiento. En términos estrictos es cierto que no podemos tampoco demostrar la evidencia de Dios a priori como primer principio, y es
algo que de hecho se nos escaparía en cuanto a comprender toda la esencia y
significado de su existencia.
Con respecto a esto, sin embargo, hay una idea que no
debemos dejar de considerar, y es que, aunque nos podemos encontrar ante un
Dios al que nadie le ha visto la cara, el mismo axioma nos va llevando a la
posibilidad de que este primer principio al ser un ente personal y voluntario,
así como intelectual, tenga la capacidad de hacerse visible por sí mismo en
algún punto o momento posterior, y darse a conocer de alguna forma ante los que
no podemos demostrar y comprender su sentido más profundo y el misterio de su
ser. La nada y el azar no son personas, no tienen capacidad de tomar
decisiones, pero Dios sí. Así que, ante lo invisible de Dios, ante lo
indemostrable de su existencia, puede Él mismo como persona que es, hacerse
claramente visible para que nuestros ojos y nuestras palabras puedan abrazar
una parte de su infinito conocimiento.
Al tomar forma de hombre, Él se dio a conocer ante un ente que no podía acceder a su perfección, quien no podía satisfacer su justicia y su perfecta moralidad, y así se volvió el medio perfecto y único para darse a conocer, abriendo un camino inimaginable. También podemos decir respondiendo al otro argumento, que puso Dios en nosotros esa necesidad existencial, esa búsqueda de sentido y de eternidad, para que de esa forma le encontremos; por lo que ese temor y pavor ante la nada y el sin sentido de la vida se vea satisfecho en su presencia, no inventando algo para respondernos a nosotros mismos, sino descubriendo la respuesta ante un problema donde Él mismo se revela como nuestra redención y sentido.
Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Mateo 7:7
Pensando en todo esto, podemos verle entonces mucho más
sentido a la idea de que Dios se haya hecho hombre, la verdadera navidad, que
es lo que representa el nacimiento de Cristo Jesús, ese momento histórico de su
venida a esta tierra con todo un propósito de amor, gracia, misericordia y amor
para el hombre.
Cristo Jesús el antropomorfismo de Dios, el plan perfecto de
revelación de un Dios perfecto, justo, infinito e inefable para volverse
diáfano al hombre: pecador, mortal, finito e ignorante. En este sentido la biblia refuerza todos
estos antropomorfismos de Dios a través de Cristo:
El Verbo (La Palabra) se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su gloria, gloria como del unigénito (único) del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan 1:14
Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad. Colosenses 2:8-10
Cristo es la imagen visible de Dios, que es invisible. Colosenses 1:15
Esa imagen antropomórfica de Dios no es un por lo tanto un
argumento que implique un razonamiento inadecuado, es de hecho un razonamiento
muy poderoso para creer que si Dios existe, Él tiene la capacidad para
revelarse de tal forma que se nos permite conocerle, incluso en cosas tan
sencillas de nuestra experiencia cotidiana.
A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo (Cristo Jesús), que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer. Juan 1:18
Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado esté en ellos, y yo en ellos. Juan 17:26
En este mismo sentido vemos ese tetragrámaton (YVHW) ("Yo Soy") que es traducido como Yahvé o Jehová y que es en realidad una
expresión o una palabra que no tiene pronunciación, que es inefable e
indemostrable y que justamente tiene mucho sentido que sea así, el primer
principio. La totalidad de Dios es impronunciable, innombrable, ininteligible;
es esa área que nos rebasa por mucho, y como sabemos el lenguaje está
íntimamente relacionado a los conceptos, a las definiciones, a los
significados, y por ende y pensando en nuestra capacidad lingüística, es un
nombre que no podemos nombrar.
Pero de Jesús se dice otra cosa:
Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. Filipenses 2:9-11
Sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero. Efesios 1:21
El nombre de Jesús es en este sentido un nombre que puede
confesarse, pronunciarse, que es comprensible, que tiene lingüísticamente un
significado de plenitud para el hombre, el nombre que está por encima de
cualquier otro, el arquetipo del amor, el servicio, el perdón, la misericordia,
la justicia y la verdad, que todo hombre debería reproducir.
Y siendo hombre además se hizo siervo, por amor a los
hombres:
Sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Filipenses 2:7-8
Añadido a esta historia, no sólo vemos a Dios revelado con
forma humana para darse a conocer, sino que además como hombre lo vemos tomando
una forma de siervo, con una idea muy clara de que la verdadera revelación de
Dios y su verdadera epifanía se da en el servicio y amor a los demás; en la
capacidad de ayudar al otro y de dar de comer al hambriento, en el perdón y la
misericordia ante las ofensas. Cristo no vino a este mundo con la misión de
vivir como los reyes de esta tierra, sentado a la mesa y siendo servido, sino
muy al contrario vino a demostrar la verdadera esencia de Dios en cuanto a la
enseñanza para los hombres “El mayor en el reino de los cielos, es el que sirve
a los demás”. Comenzando por despojarse a sí mismo, para ayudar a la humanidad
caída, siendo un maestro que lava
los pies de sus discípulos, un salvador que no vino a condenar, sino a ayudar y ofrecer
perdón al que le quiera recibir y reconozca su necesidad; mediador y servidor
del que humildemente pueda reconocer su debilidad, su condición de condenación,
su maldad y su ignorancia en la que estaba sumergido; para así vivir la
plenitud de la transformación humana y alcanzar el propósito de nuestras vidas
humanas; ser como Jesús, ser siervos de Dios y de los hombres, vivir con la
esperanza de una vida eterna, llenos de su paz, de su amor y de su redención.
Por lo tanto podemos además deducir a partir de todas estas
inferencias, que no sólo es posible por ejercicio lógico y abstracto decir que
Dios existe, y que es válido hablar de que podría tomar la forma de hombre para
revelarse por medio de Cristo Jesús en forma de siervo, sino que además como
hombres insertos en este momento histórico específico se nos permite conocerle
personalmente y comprobar su existencia; experimentar esa realidad, buscar con
sinceridad la verdad de esta historia de perfecto amor, y de esta forma
demostrarnos que hay un Dios verdadero revelado de una forma mucho más perfecta
de la que tal vez queríamos ver, encontrarnos con Él en camino a nuestro
Damasco y confesar con certeza su nombre.
Les anunciamos al que existe desde el principio, a quien hemos visto y oído. Lo vimos con nuestros propios ojos y lo tocamos con nuestras propias manos. Él es la Palabra de vida. Él, quien es la vida misma, nos fue revelado, y nosotros lo vimos; y ahora testificamos y anunciamos a ustedes que él es la vida eterna. Estaba con el Padre, y luego nos fue revelado. Les anunciamos lo que nosotros mismos hemos visto y oído, para que ustedes tengan comunión con nosotros; y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Escribimos estas cosas para que ustedes puedan participar plenamente de nuestra alegría. 1 Juan 1:1-4
La invitación como siempre no sólo es a movernos en un
ámbito abstracto, conceptual, teórico y
lógico, (donde por cierto increíblemente también Cristo llena ese ámbito de su
verdad) sino a buscar y conocer personalmente a ese Dios que se ha hecho
accesible a nosotros, y no olvidar la enorme posibilidad que tenemos hoy y que
parte del significado de Emmanuel, “Dios con nosotros” “Dios entre nosotros” motivo
para gozarnos por las buenas noticias que
esto implica ante nuestro panorama actual : Su reino, reino eterno es.
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