Hacia una teoría del conocimiento de Dios o una epistemología teológica. Parte 2

¿PODEMOS CONOCER A DIOS DESDE NUESTRA POSICIÓN HUMANA?

Primero tal vez tendríamos que retomar un poco sobre lo dicho sobre la condición humana, y podemos reconocer fácilmente que el ser humano se encuentra inserto dentro de un ámbito espacio-temporal y dentro de un momento histórico específico de la existencia humana y universal, poseyendo como ya mencionamos algunos atributos y características racionales que lo dotan de una especial capacidad para conocer ─y que otros entes y seres vivos no tienen , y así comprender y pensar sobre ámbitos que se le presentan dentro de su vida cotidiana pasada, presente y futura.

Al haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, (lo cual claramente no significa igualdad), poseemos y hasta podríamos decir que compartimos­ algunos rasgos que tiene la Trinidad creadora, (nadie da de lo que no tiene y un principio lógico nos dice que el efecto contiene características de su causa) principalmente la voluntad y la inteligencia.  (Es evidente que las poseemos en mucho menor medida y con limitaciones abismales en relación con la infinita naturaleza Divina).

Estos rasgos particulares de nuestra especie nos permiten primeramente desarrollar la noción o conciencia del yo, así como conocer el mundo externo donde coexistimos con otras personas, cosas y circunstancias; afrontamos diversas circunstancias que suceden en conexiones causales naturales y sociales. En este sentido el conocimiento inmediato que desarrollamos es el del yo y del mundo externo, y no necesariamente de Dios.  (Aunque como posiblemente veremos después, en la noción de revelación general es a partir de este conocimiento inmediato del yo y las cosas que podemos llegar a Dios, tanto al descubrir las huellas y efectos del creador en su obra como causa eficiente, como al reconocer nuestra condición humana, ya que todo este conocimiento inmediato no deja de ser una creación de la voluntad y sabiduría de Dios)

Además del conocimiento inmediato, luego desarrollamos también un conocimiento mediato o con mediación de otras fuentes (como podrían ser nuestras reflexiones o conexiones de ideas a partir de procesos mentales más elaborados, a partir de la comunicación y procesos de enseñanza y aprendizaje con otras personas, tras la abstracción de notas esenciales de objetos o principios, a partir de investigaciones más elaboradas, etc.) y de esta forma preguntarnos cosas más complejas como pueden ser: la muerte, el significado de la vida, la trascendencia, la moral, el origen del universo, la conciencia y el pensamiento, el ser, etc., y en este sentido podemos afirmar que dentro de la esfera de lo creado, el ser humano tiene una alta plasticidad y capacidad de conocimiento y una cualidad muy especial ante todo esto, y que sin duda lo distingue de las otras entidades con las que comparte habitación en este mundo.

Sin embargo, y por otro lado debemos reconocer también la enorme limitación e incapacidad humana y sus fallos epistémicos, cognitivos y morales, así como sus restricciones físicas. Es una realidad que lo que ignoramos es todo un océano, y lo que sabemos, un pequeño vaso (que además tiene mucho conocimiento basado en una serie de prejuicios o presupuestos); somos privilegiados, pero también demasiado limitados. Desde esta particular situación surge la pregunta ¿Cómo es posible que, desde esta condición finita y limitada, pero también abierta a un cierto conocimiento, podamos llegar a asegurar y concretar un conocimiento acerca de Dios? Entendido este como un ser perfectísimo, infinito, autosuficiente, todo poderoso, omnisciente, omnipresente y trascendente con respecto a todo nuestro ámbito temporal y espacial. Dicho de otro modo, Dios está muy por encima y es superior en todo en relación con la mera condición humana, ¿Cómo y qué conocemos de nuestro creador?  de ahí que algunas personas han llegado a comentar que, si bien es posible que Dios pueda existir, es imposible conocerle


EL CONOCIMIENTO QUE TENEMOS DE DIOS

Es verdad que, dada la naturaleza infinita de Dios y su perfección absoluta, no podemos conocer la totalidad de Dios en su esencia; pero también es cierto que como llego a decir Tomás de Aquino: El hecho de que Dios sea incomprensible en su totalidad no le hace necesariamente incognoscible.

Ya en algunos episodios hemos comentado como hay un amplio horizonte que se nos escapa por completo acerca de lo que Dios es, que nos es inalcanzable e inefable y que como dicen algunos versos, nos representaría morir tras verle cara a cara. Simplemente no estamos diseñados para llevar esa carga que nos aplastaría y aniquilaría, o como también lo visualiza Dante en su divina comedia, es un conocimiento que no alcanzaríamos a ver y escuchar desde este cuerpo corruptible; cada cuerpo disfruta de su propia gloria nos diría el apóstol Pablo.

Sin embargo, por otro lado, podemos afirmar que hay todo un horizonte comprensivo de verdad acerca de Dios al cual tenemos total acceso en la gloria de nuestro cuerpo, y que ha sido dejado como rastro o huella por Dios mismo en su facultad de creador, para que podamos como criaturas suyas conocer, disfrutar y aplicar en nuestras vidas con tremendo gozo, y al que podemos acceder siendo que como dijimos al inicio: compartimos semejanza con Dios en atributos.


LE CONOCEMOS POR REVELACIÓN

Aunque ha sido en algunas ocasiones cuestión de debate el uso de la  terminología con respecto a la palabra revelación, tomada desde sus distintas connotaciones se nos deja entender que a pesar de nuestra incapacidad primera de ver a Dios, Él mismo al ser un ente personal con voluntad e inteligencia decide “revelarse” o “mostrarse” al hombre de diferentes formas y en distintos niveles  que se ajusten a la inteligencia humana (hacerse inteligible y no quedarse ininteligible), de acuerdo a las posibilidades de este, y de formas muy particulares en determinados momentos históricos (no siempre se ha revelado de igual manera), permitiéndonos alcanzar por medio de la experiencia y el razonamiento un conocimiento acerca de su existencia que abarca diferentes esferas y dimensiones de la vida—y de hecho este es su propósito y voluntad, que le podamos conocer profundamente y llevar una vida plena, aquí en la tierra y en la eternidad—. Como mencionaba en la entrada acerca de la navidad y en respuesta a algunos argumentos sobre las formas antropomórficas de Dios; no es el hombre creando a un Dios a su imagen y semejanza para responderse ante sus necesidades existenciales, misterios o para sofocar su orfandad existencial, sino que es Dios poniendo eternidad en el hombre y necesidad de Él, dejando un vacío que sólo puede llenarse en su presencia, y así también revelándose antropomórficamente (entiéndase con esto: formas inteligibles para el humano, como podría ser el lenguaje) para que nosotros podamos conocerle a Él.

Es verdad que ese conocimiento tiene límites, y por eso autores como Tomás de Aquino le han llamado “conocimiento análogo” o como diría el apóstol Pablo “un conocer por espejo y oscuramente”. Sin embargo, rápidamente podemos también asegurar que esto no le quita el valor al conocimiento que adquirimos desde nuestra humanidad, y al contrario podríamos llamarle un primer acercamiento a una verdad que al final nos permitirá alcanzar un conocimiento pleno y perfecto en condiciones incorruptibles. Seguramente nos sorprenderá enormemente el ver cuan distinto y perfecto será todo en su presencia Por lo tanto,  a pesar de nuestras limitaciones, podemos en la búsqueda de la verdad y conocimiento de Dios acceder a aquel horizonte comprensivo que Él preparó y que aunque sea en cierta forma incompleto, no deja de ser una verdad válida y útil;  diseñada con el cuidado y el propósito de hacernos participantes por su amor de la gloria eterna por medio de Cristo, la imagen visible del Dios invisible, en quien habita corporalmente la plenitud de Dios.  Haciendo una imperfecta analogía, podemos comprender como un hijo pequeño en relación con su padre tiene una cierta inteligencia y voluntad, pero en menor grado; sus facultades están limitados de acuerdo con su edad y estadio madurativo, por lo que el tutor al ser un ente más dotado de inteligencia y voluntad puede enseñarle verdades ajustadas y tomar decisiones sobre su persona: adaptando a su nivel de comprensión un proceso pedagógico y de adquisición de conocimiento necesario que además tiene mucho valor para la vida futura. El ejemplo evidentemente se queda muy pequeño, porque Dios es muchísimo más grande que un padre humano, sin embargo, ha preparado para sus hijos un conjunto de experiencias y conocimientos de acuerdo su nivel y esperando una respuesta favorable. Esa es la revelación, acceder a eso que preparó Dios en este momento de nuestra naturaleza, abrirnos a la enseñanza que quiere darnos hoy.


Queda esta entrada a modo de introducción para ir dando paso a la construcción de respuestas sobre los tópicos antes mencionados de una forma más específica; podemos conocer a Dios, pero: ¿Cómo es que le conocemos? ¿Qué cosas podemos conocer de Él? Y ¿Para qué conocer esto?

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