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Introducción
En este escrito retomamos un tema
clásico que se ha debatido y abordado durante varios siglos y que hasta el día
de hoy sigue generando cierta controversia: ¿Cuál debería ser la postura del
creyente cristiano ante la Filosofía? ¿Qué nos enseña la palabra revelada sobre
este tema? ¿Qué relación podría haber entre los alcances de la Filosofía como
disciplina de la razón natural y la teología como conocimiento inspirado?
Hasta el día de hoy sigue
existiendo una especie de rechazo hacia la Filosofía, principalmente por
determinados grupos cristianos. Esta postura de alejamiento no siempre
representó un problema para la cristiandad y si bien desde que existe la
doctrina cristiana siempre ha habido una apología ante otras visiones del
mundo, no siempre ha sido de rechazo total, sobre todo al comprender lo que la
disciplina y actitud filosófica implica como tal, y no centrándose solamente en
determinadas corrientes filosóficas de corte ateo.
Creemos que este alejamiento
tiene más que ver con un tema lingüistico o de definición y el uso que hacemos
de algunas palabras y su comprensión; esto sucede con algunos de los problemas
que se llegan a presentar en la iglesia, donde muchas veces es el sentido o la
connotación que le damos a las palabras lo que llega a representar un obstáculo
desde el cual diferentes grupos entienden de forma diversa una misma palabra o
idea y debaten sobre ella sin haber llegado previamente a un acuerdo sobre el
significado de dichas nociones.
Ante las corrientes filosóficas
ateas sí que puede existir un rechazo y refutación, y gran parte de la
explicación en la que puede encontrarse este alejamiento tan abrupto se da en
cierto sentido por una defensa contra estas ideologías, sin embargo, se comete
el error de negar todo el aparto filosófico por oponerse a una serie de posturas
específicas que son contrarias al teísmo.
Un ejemplo de esto se da en la modernidad, en donde si bien se dieron
grandes avances en materia de ciencia y razón, también se generaron discursos
filosóficos que plantearon los falsos dilemas entre fe y lógica, fe y razón, y
fe y ciencia. El discurso ateo de la modernidad en conjunto con el positivismo,
el materialismo, el escepticismo, entre otras escuelas, se encargaron de generar una visión de
escisión entre estos tópicos y crear una controversia que no necesariamente es
irreconciliable. Por otro lado, la visión filosófica predominante durante el
siglo XIX y XX fue principalmente atea, con autores clásicos que van desde Darwin,
Schopenhauer, Marx, Nietzsche, Freud, Russel, etc., esto ha implicado una
dificultad interesante porque si bien refutamos los pensamientos de estos autores
y de estas corrientes, estás no representan la totalidad de lo que la Filosofía
es , ni tampoco todas las doctrinas y ramas filosóficas, y el gran problema con
esto es que se llega entonces a asociar a la Filosofía de manera general con
una cosmovisión atea del mundo.
Estos sucesos en conjunto con los
ataques y argumentos en contra de la fe cristiana que han surgido desde las
diversas escuelas de filosofía a lo largo de la historia han dado como
resultado una posición de rechazo o al menos de alta moderación entre los
creyentes con respecto a la noción en cuestión, situación que además parece ser
reforzada por algunos versículos bíblicos que parecen argumentar en contra de
la filosofía. Todo esto sigue haciendo eco y se sigue reproduciendo hasta el día
de hoy en nuestra iglesia.
La realidad es que la filosofía
no siempre ha sido predominantemente atea y, de hecho, al contrario, desde los
pensadores griegos hasta pensadores de nuestra época, a lo largo de la historia
encontramos muchos pensadores de alta talla (Platón, Aristóteles, Agustin de
Hipona, Anselmo de Canterbury, Tomas de Aquino, Guillermo de Ockham, Descartes,
Pascal, Leibniz, Berkeley, John Locke… etc.) que han sostenido en sus sistemas
de pensamiento el teísmo y la teología natural, y que han aportado demasiado al
mundo de la filosofía.
Si bien no es asunto de este
escrito profundizar sobre el origen de la aparente división de la Filosofía y
la fe, y hacer un repaso histórico sobre los diferentes razonamientos y
corrientes que han aceptado el teísmo, está introducción nos debería de servir
para darnos cuenta de que en realidad en la Filosofía la idea de Dios es
central y fundamental, ya sea para refutarla o aceptarla; pero que además la Filosofía
en general no representa sino una actitud de cuestionamiento y duda, ante la
cual el ateísmo no es la única postura que se infiere como respuesta de los diversos
asuntos de la filosofía, y que es posible también que existan posiciones
teístas dentro de esta.
Para poder comprender porque
sucede esto y no liarnos más, será necesario dar pasos atrás y comprender cuál
es la naturaleza de la Filosofía como disciplina humana, en qué consiste su
estudio, cuáles son sus preguntas fundamentales, cuál es su propósito, y
precisar algunos términos y connotaciones que servirán para entender mejor
porqué algunos aceptan el conocimiento filosófico siendo creyentes y también porque
algunos han decidido cerrar las puertas.
¿Qué es la Filosofía y la filosofía?
La primera distinción y la que
creemos más importante (y que hemos redactado así desde un inicio con toda
intención), es la de diferenciar entre la “Filosofía” como actitud, busqueda de
la verdad, o cuestionadora de la realidad (escrita con mayúscula) y que no
implica necesariamente ninguna respuesta específica ante tales preguntas, sino
que simplemente podemos entender como una disciplina general, un estado o
disposición mental y una capacidad cognitiva y racional humana; y por otro lado
tenemos a la “filosofía” (escrita con minúscula) que representa de forma
particular aquellas corrientes de pensamiento o cosmovisiones que ya suponen
toda una serie de respuestas, argumentos o hipótesis sobre aquello que la
Filosofía pregunta, respuestas que son dadas por la reflexión humana
(ojo con esta última aseveración porque será un hilo conductor más adelante).
La Filosofía como actitud implica
varias cosas, toca diversos temas y depende sin duda de la capacidad del ser
humano de pensar y cuestionar (capacidad que por cierto nos fue dada por Dios,
y que es parte de haber sido hechos a imagen y semejanza suya); pero también se
plantea la necesidad no sólo de pensar, sino de aprender a pensar para pensar
correctamente, y de pensar en las cosas esenciales, fundamentales y últimas de
la realidad; por lo que todo filosofo pretende razonar adecuadamente y no caer
en falacias o errores de juicio, siguiendo una serie de pautas lógicas,
articuladas y dialécticas; por lo que se intentan resolver las interrogantes no
sólo desde ideas y opiniones infundadas, más bien con discernimiento y solidez
argumentativa, empírica y proposicional.
Otra noción orientativa para
entender mejor lo que se refiere a la actitud filosófica es su propia raíz
etimológica: Filosofía que viene del griego “φιλοσοφία” y que significa 'Amor a
la sabiduría' derivado de φιλεῖν [fileîn] 'amar' y σοφία [sofía] 'sabiduría'. Amor
que no necesariamente significa creerse o ser un sabio, un erudito o
intelectual, sino más bien implica ser un aspirante a ese conocimiento; es
decir, alguien que tiene la intención de alcanzar o buscar de forma permanente
la sabiduría, un amor por la verdad de aquel que sabe que no la posee y que no
la poseerá en su totalidad, y sin embargo realiza una investigación continua
por el compromiso que ha hecho con ella.
Este compromiso implica según muchos de los pensadores antiguos una
especie de servicio hacia la verdad y al conocimiento, que son fines en si
mismos y no medios; es decir que no buscan alcanzarse porque de ellos se
desprenda algo más, sino por la verdad y el conocimiento mismos.
Esto también implica que esa
persona tiene que hacer preguntas, tiene que cuestionarse cosas, preguntas que
a veces podrían parecer muy obvias; pero que son esenciales o fundamentales
para comprender la realidad y participar en un proceso de desocultamiento de la
verdad, todo esto con la conciencia del estado de ignorancia en el que se haya
sumergido el hombre de manera general.
En otro escrito (clic aquí), hemos hablado sobre el problema de las teorías del conocimiento, en donde encontramos que hay diferentes ámbitos y esferas de conocimiento humano, desde los cuales se pueden desprender diversas parcelas de verdad, y si bien hay un conocimiento que podríamos considerar inmediato y que se da por medio de la capacidad sensorial y perceptiva, y también existe un conocimiento que sólo puede darse desde la revelación del misterio, ya que la razón misma tiene sus muy grandes limitaciones, hay sin embargo otro conocimiento que se alcanza solamente por mediación y participación del razonamiento.
Regresando al conocimiento que se
pretende alcanzar en Filosofía, podemos entender entonces que esta disciplina
surge como la capacidad de admiración y cuestionamiento de la realidad, como
busqueda constante de la verdad y como un saber de las dimensiones de la
realidad que se da a través del razonamiento humano, usando los medios y
evidencias que se tengan disponibles.
De las preguntas esenciales de la Filosofía se desprenden las diversas ramas de estudio que tiene esta, derivaciones que básicamente pueden centrarse en 4 grandes ámbitos; el ser y la realidad, la verdad y el conocimiento, el bien y la acción, y la belleza: ¿Qué es el ser? ¿Qué es lo real? ¿Qué es la verdad? ¿Qué es Dios? ¿Qué es el conocimiento? ¿Cómo conoce el ser humano? ¿Qué es la felicidad? ¿Qué es el bien y el mal? ¿Qué es la virtud y el vicio? ¿Qué es la mente? ¿Por qué pensamos, para qué y cómo? ¿Qué es la materia? ¿Por qué existe el hombre? ¿Para qué existimos? ¿De dónde venimos? ¿Qué es la muerte? ¿Adónde vamos cuando morimos? ¿Qué es el lenguaje? ¿Qué relación hay entre el lenguaje y el conocimiento? ¿Qué significa ser persona? ¿Qué es el alma?, etc. La reflexión y abordaje de estos cuestionamientos corresponden a ramas como la metafísica, la ontología, la lógica, la estética, la epistemología, la gnoseología, la ética, la moral, etc.
Finalmente podríamos decir
entonces que la Filosofía como actitud, se basa en la capacidad de razonar
sobre algo de forma sistemática, buscando alcanzar respuestas razonables y
lógicas que versan sobre las primeras causas, principios y explicaciones
últimas universales, y que tampoco quedan reducidas a un saber meramente
teórico, sino que tienen un alcance de saber práctico.
La capacidad de filosofar es
condición creada del hombre
Si lo pensamos detenidamente,
este tipo de cuestionamientos y de tópicos en sí mismos no tienen nada de negativo
o contrario a una cosmovisión creyente, y de hecho, tienen de trasfondo una
serie de presupuestos que son posibles a partir de la creencia en la existencia
de Dios, como entidad creadora y ordenadora del mundo natural, como muchos
pensadores actuales sostienen; conceptos como el razonamiento, el orden y las
leyes naturales, el libre albedrío, los principios lógicos como los de no
contradicción, el principio de razón suficiente o el principio de causalidad, las
nociones del bien y el mal, la moral, el propósito, el origen y la trascendencia humana, etc., son conceptos
que son posibles y mucho más viables desde una visión principalmente de corte
teísta, y no desde las ideas que parten de la nada, el caos, el azar, lo
aleatorio o la necesidad como “orientadores” desde los cuales se origina el
mundo natural e inmaterial; en estos casos es más difícil de sostener no sólo
las respuestas, sino aun la posibilidad misma de hacer preguntas filosóficas,
ya que no hay un suelo firme desde donde partir y donde la razón queda reducida
a un mero accidente azaroso que en realidad no tiene sentido alguno y cuyo
valor se reduce al absurdo mismo; la posibilidad de acceder a la verdad quedaría
anulada. Esto nos recuerda demasiado al argumento moral de la teología natural,
en la cual se plantea que, si bien el hombre puede ser moralmente bueno sin
creer en Dios, él no puede ser bueno sin que exista Dios, ya que el suelo moral
se sostiene desde la existencia de un bien y un mal objetivos, y que sólo son
posibles dada la existencia de Dios como legislador. De igual forma, el mismo
razonamiento humano y la Filosofía no serían posibles sin Dios, y aunque sean
posibles para los que no creen en Dios y aunque con su filosofía misma nieguen la
existencia divina, la posibilidad misma de hacer filosofía viene sólo dada por
nuestras características humanas creadas y determinadas por la sabiduría y voluntad
de Dios; lo que hacemos con lo que tenemos depende de nuestra propia voluntad.
Es nuestro parecer entonces que
los relatos del Genesis sobre la obra creadora y ordenadora del mundo son más
consistentes sobre el funcionamiento teleológico del universo, la ciencia y los
principios de la lógica; también entendemos que el hombre al ser creado en
“semejanza” posee facultades racionales y lógicas que le permiten visualizar
una parte de estos ámbitos del ser y la realidad del mundo natural, así como su
ordenamiento racional, y desde donde de hecho pueden surgir las preguntas y
respuestas filosóficas a partir del análisis sistemático de la naturaleza. Que
el universo fue hecho con sabiduría e inteligencia lo queremos sostener con lo
escrito por el rey Salomón en el libro de los proverbios, en donde se
personifica a la “sabiduría” en una imagen previa a la formación del mundo:
El Señor me formó desde el comienzo, antes de crear cualquier otra cosa. Fui nombrada desde la eternidad, en el principio mismo, antes de que existiera la tierra. Nací antes de que los océanos fueran creados, antes de que brotara agua de los manantiales. Antes de que se formaran las montañas, antes que las colinas, yo nací, antes de que el Señor hiciera la tierra y los campos y los primeros puñados de tierra. Estaba presente cuando él estableció los cielos, cuando trazó el horizonte sobre los océanos. Estaba ahí cuando colocó las nubes arriba, cuando estableció los manantiales en lo profundo de la tierra. Estaba ahí cuando puso límites a los mares, para que no se extendieran más allá de sus márgenes. Y también cuando demarcó los cimientos de la tierra, era la arquitecta a su lado. Yo era su constante deleite, y me alegraba siempre en su presencia. ¡Qué feliz me puse con el mundo que él creó; cuánto me alegré con la familia humana! Y ahora, hijos míos, escúchenme, pues todos los que siguen mis caminos son felices. Escuchen mi instrucción y sean sabios; no la pasen por alto. ¡Alegres son los que me escuchan, y están atentos a mis puertas día tras día, y me esperan afuera de mi casa! Pues todo el que me encuentra, halla la vida y recibe el favor del Señor. Pero el que no me encuentra se perjudica a sí mismo. Todos los que me odian aman la muerte (Proverbios 8: 22-36).
Resultan tremendamente interesantes estos versículos a la luz de lo que venimos comentando, porque en esta imagen poética pero también descriptiva del proceso creador de Dios, hallamos primeramente que la obra hecha por Él implicó como en una obra de arquitectura un proceso y plan de sabiduría en el cuál la mente divina realiza una estructuración que dota de un principio ordenador y lógico a todo cuanto es. Esa misma sabiduría, por otro lado, está haciendo un llamado a los hombres a buscarle y a encontrarle para su felicidad; es decir que hay implícito un principio en el que el hombre desde su existencia a imagen y semejanza divina puede captar, aprehender y hacer suya parte de esa sabiduría desde un “amar la sabiduría” y como un principio del temor (creencia) a Dios. Interesante que el “amor a la sabiduría” y su busqueda constante sean principios bíblicos en este sentido, entendiendo además que en Dios hay sabiduría porque Él mismo es esa sabiduría. Por otro lado, es lógico que el nivel humano sea incapaz de abarcar la totalidad no sólo de Dios, sino de la sabiduría detrás de toda su obra creadora, pero sin embargo tiene esa “tendencia” o “disposición” a encontrarla y que en ciertas áreas pueda ser captada por la mente humana, y si bien hay conocimientos y misterios que sólo pertenecen a Dios, hay otros conocimientos que Dios ha dispuesto para ser alcanzados por el hombre:
“Dios lo hizo todo hermoso para el momento apropiado. Él sembró la
eternidad en el corazón humano, pero aun así el ser humano no puede comprender
todo el alcance de lo que Dios ha hecho desde el principio hasta el fin.”
(Eclesiastés, 3:11)
De forma
resumida podríamos decir entonces lo siguiente:
- Una cosa es la Filosofía con mayúscula, que representa una actitud y disposición de busqueda constante de la verdad, un amor hacia la sabiduría, un estado de cuestionamiento perseverante sobre la realidad, un aprender a pensar para pensar bien y no sólo pensar, una disposición a pensar sobre lo esencial y fundamental, y un servicio y compromiso hacia la verdad misma.
- Esa Filosofía sólo puede darse en el marco de la capacidad racional humana como característica que posee al ser creado por Dios, y por ser gratificado como ente hecho a imagen y semejanza divina.
- La filosofía con minúscula implica la serie de respuestas humanas a las preguntas de la Filosofía, "filosofías" que representan corrientes o doctrinas de pensamiento que pueden darse en diversas vías y que en ocasiones implican un “necio o hueco razonamiento” que puede llegar a negar la existencia de Dios. "No permitan que nadie los atrape con filosofías huecas y disparates elocuentes, que nacen del pensamiento humano y de los poderes espirituales de este mundo y no de Cristo." (Col 2:8)
- La capacidad de razonar dada al hombre depende en gran medida de su propia voluntad y no de la causa eficiente divina, por lo que puede darse no sin Dios, sino sin creer que Él exista.
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