Cristianismo y Filosofía: Sobre las posturas de rechazo y aceptación de la filosofía en la doctrina cristiana. Parte 3



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¿Qué implicaría “discernir” o “razonar” sobre la palabra revelada?

Por otro lado, sería importante considerar si es posible que ante el aspecto de la vida espiritual del hombre y ante la revelación pueda haber algo así como un objeto de reflexión crítica, y que si bien como cristianos confiamos en la ayuda del E.S., esto no implicaría que se deje de hacer sobre lo revelado un estudio intelectual de la palabra escrita, que repercute en una participación racional activa que depende de nuestros alcances lógicos y proposicionales.  Si la palabra inspirada por Dios sirve para responder a las preguntas hechas por el hombre, y está al nivel de la comprensión racional del hombre, entonces podríamos deducir que dichas enseñanzas tienen un orden y una lógica propia que necesita ser entendida. Era común la frase del pastor Jorge Robles Anderson al decir que “la biblia es su propio diccionario”, situación a la que nos adherimos desde la perspectiva de entender que hay una “lógica proposicional y de significado” en las respuestas de la revelación, que definen, articulan, ordenan y estructuran la verdad que se quiere transmitir, y que necesitan y pueden ser aprehendidas, siendo esto posible desde un ejercicio racional, y poseyendo un bagaje lingüistico interpretativo.

Creemos que podemos plantearnos entonces una doble situación, por un lado, la pura razón humana puede alcanzar verdades importantes sobre el teísmo y sobre todo fungir como herramienta de “aprender a pensar”, para que una vez dada la revelación especial, si bien no se hayan alcanzado verdades elevadas e inspiradas, al momento de pensar en ellas se puedan recibir en un marco racional correcto.

En otras ocasiones hemos sostenido que una clave hermenéutica importantísima para la correcta lectura y reflexión bíblica sin duda tiene que ser la lógica misma, como aquella sucesión de ideas expresadas de forma coherente y sin contradicciones, y como aquellos principios válidos de razonamiento para alcanzar criterios de verdad y sabiduría (Dios mismo es el Lógos y la Sabiduría); estos principios vienen implícitos en la palabra escrita, y el simple hecho de estar articulada en un lenguaje humano implica ya un ordenamiento lógico, y por otro lado creemos que la argumentación justamente por ser inspirada, es necesariamente correcta en su marco proposicional, ya que  Dios no podría estar equivocado o no podría dar contenidos carentes de significado. Nadie puede entender el significado de un círculo cuadrado, de un soltero casado o de una roca tan pesada que no pueda ser levantada, ¡porque de hecho no tienen significado ni sentido!, y de la misma forma la palabra revelada no se entiende como carente de significado o como ilógica, sino que tiene un significado y un sentido, y entonces tiene signos lingüísticos con contenidos mentales que deben ser interpretados y pensados a la luz de su propia lógica implícita.

                                                       

¿Queda el estudio racional a un mero nivel conceptual?

La revelación bíblica podemos entenderla entonces como la “verdadera filosofía” o "la filosofía que proviene de Dios" en el sentido de ser una ciencia que da solución a los principales problemas del hombre; pero que además no se queda en mero conocimiento conceptual, sino que se basa también en la experiencia personal, verdadera y palpable de Dios, la revelación especial no sólo teórica, sino experiencial, la vivencia misma de conocer a Dios como ente personal. La experiencia teológica, implicará la comprensión profunda y enriquecedora del amor y la gracia divina.

El corpus de conocimiento teológico de la revelación especial, por tanto, no sólo se reduce a una elevación intelectual de las preguntas y respuestas filosóficas, sino que implica la vivencia de la fe que no es solamente conocimiento fundamentalmente racional, sino experiencial. Sin embargo, esto no implica que sea irracional, porque de hecho como mencionamos previamente, la fe incorpora a la razón, y se ubica en un campo más bien a-racional o inalcanzable por la pura razón.

En este sentido sería interesante reorientar las relaciones de fe y razón no como contradictorias, sino más bien comprendida la fe como un horizonte que incluye el razonamiento en su haber, un modo de razonar basado en la confianza de la autoridad que no deja de pensar, pero que además por esto mismo provee al creyente de un privilegiado punto de vista epistemológico, como quien puede aprender algo  por la confianza en una autoridad magisterial que por su conocimiento más alto puede dirigir su razón a conocimientos que por sí mismo le sería complicado obtener y que le ayudan en su vida cotidiana a llevar una vida con propósito. La fe es esa confianza que no deja de representar un acto de razón, al contrario, es un acto intelectual y donde participan también las emociones, e implica una actividad práctica muy representativa del ser humano que lo lleva a depender de un ser superior, al que asimismo debe conocer personalmente, y que lo lleva como actividad práctica a obrar en el mundo de una forma determinada; así como cuando alguien realiza una formación académica y confía en la enseñanza del docente, el cual realiza una intervención pedagógica y lleva a la razón a alcanzar conocimientos específicos, sin que esto implique (y lo repetimos hasta el cansancio) dejar de participar activamente de forma racional o de realizar un esfuerzo de discernimiento, trabajo cognitivo y hasta emotivo.  En este sentido razonar sobre la revelación, ayuda a crecer espiritualmente, y la fe es razonable; es decir que debemos también investigar y hallar evidencia que demuestre nuestras creencias.

La fe por otro lado no sólo incluye desde esta perspectiva la razón, sino que, al ser una experiencia humana, implica todas las dimensiones humanas, como la emotividad. el sentimiento y la espiritualidad. Es decir que es una experiencia antropológica completa. Por eso, desde la fe, el abordaje de los contenidos bíblicos si bien no abandona el uso de la razón y la lógica como principal herramienta de exegesis, se describe además como una experiencia que debe estar guiada por la confluencia iluminada del mismo Dios que trabaja en conjunto con el lector, así como lo hizo con el mensajero.

Conclusión

A partir de todo lo escrito, creemos que, como creyentes sería importante darle una resignificación a la Filosofía en nuestra cosmovisión cristiana. La fe incorpora, asume, atraviesa y dirige el pensar filosófico, y permite que se expanda el horizonte de comprensión racional. La Filosofía por tanto no se opone a la teología, sino que le queda como sujetada internamente, y aunque puede haber una especie de tensión constante al cuestionarse los postulados teológicos, sigue sin estar opuesta a la fe.

Es verdad que la visión filosófica es insuficiente, debido a que la respuesta conceptual a las preguntas esenciales no implica la comprensión de la experiencia humana existencial y de relación con Dios mismo, pero sirve a la teología para brindarle a esa experiencia todo un cuerpo conceptual, metodológico, racional y lingüistico. La filosofía nos permitirá entender mejor lo que creemos, “creo para entender y entiendo para creer”, y poder articular de forma argumentativa aquello que creemos, al poseer además un conocimiento de la cultura y sus interpretaciones del mundo.

Nos permitimos transitar tranquilamente entre Atenas y Jerusalén, entre la academia y la iglesia, entre la filosofía y la fe.



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