A partir de todo lo comentado en
la entrada anterior (clic aquí para revisar), podemos reflexionar que, aunque el lenguaje es esencial
para la expresión y comprensión humana, no está exento de problemas. La
conciencia humana se origina en el lenguaje, pero surge una brecha
significativa entre la apariencia fenoménica y la realidad nouménica de
las cosas.
Esta distancia entre cómo
percibimos las cosas y su supuesta "realidad en sí misma" plantea
interrogantes filosóficos: ¿Podemos conocer verdaderamente la esencia de las
cosas, o solo aprehendemos representaciones mentales? ¿Existen las cosas fuera
de la mente o son configuradas para ser percibidas? ¿Existen en la mente
divina, fuera de ella o ambas?
El apóstol Pablo llegaba a
escribir en algunas de sus cartas: “Ahora vemos por espejo, oscuramente…”, lo
cual tiene una relación muy interesante con lo que filósofos como Nietzsche o
escritores como Edgar Allan Poe llegaron a considerar como “la tragedia
inevitable de la palabra”.
«Siento una grandiosa contrariedad cuando no soy capaz de formular verbalmente a mi amada la totalidad de la excitación que me produce cada sonrisa, mirada y caricia. Más aún me perturba el hecho de que, aun siéndolo, tal hazaña no garantizaría que ella comprendiera el contenido de mi mensaje con todo su ser. Pero lo que más me impacta es el hecho de que la externalización de mi amor hacia ella no se da hacia ella realmente, sino hacia lo que yo percibo que ella es; o sea, hacia mi representación de Virginia. ¿Y si esa representación no es del todo fidedigna? ¿Y si ni siquiera pudiera llegar a serlo? Es una lucha incesante conmigo mismo». (Edgar Allan Poe)
El “fenómeno” es la
apariencia o el cómo se presentan las cosas ante mi mente a través de la
percepción (una representación), y que para algunos no necesariamente es lo
mismo que aquello que la cosa es en sí misma: el “noúmeno”, es decir, hay algo real que está afuera de la
percepción, al margen de nuestro modo “particular” de conocer eso, una cuestión
“más allá de lo sensible”.
Para muchos pensadores esta “cosa
en sí”, es algo muy distinto e incluso “insalvable” con respecto a aquello
que percibimos, lo cual es sólo una mera representación, un mundo “revelado” por medio de la
conciencia.
¿Podemos afirmar entonces lo que
las cosas son? Preguntan los grandes críticos del lenguaje, ¿No es acaso el
lenguaje sólo una falsificación de lo real?
Sin embargo, una pregunta
paradójica a modo de respuesta y que sería interesante considerar es: ¿ y cómo
sabemos que existe esa “cosa en sí” más allá de nuestra percepción? ¿Cómo saber que esa cosa en sí es algo muy
diferente a nuestra representación? ¿Cómo afirmar la "existencia" de objetos sensibles sin apelar a su percepción? Siendo que, siguiendo el hilo del
escéptico, “el noúmeno” es algo inaccesible a nuestro mundo perceptible
y por tanto a nuestra razón y conocimiento, y por tanto no podemos afirmar nada
más allá de lo que sabemos, y lo que sabemos es por medio de lo que percibimos.
Es decir, si no puedo acceder a “la cosa en sí” sino solamente a lo que
se me presenta a mi mente de esa cosa: ¿Cómo puedo asegurarme de que eso existe
o que es algo muy diferente a aquello
que se me revela? ¿No será que el ser de las cosas implique el ser percibidas? Por lo que en realidad queda todo como un modo de postulado
inaccesible que da juego a diversas especulaciones filosóficas.
Para autores escépticos y
nominalistas las ideas de “sustancia” “alma” “casualidad” pueden quedar en entredicho
sí pensamos en lo trágico del lenguaje y lo llevamos al extremo.
Otra cuestión paradójica es:
¿no quedan los mismo críticos y
escépticos del lenguaje incapacitados y privados de decir lo que tienen qué
decir ya que lo hacen a través del lenguaje, el cual es ficticio e irreal desde
su propia postura? ¿Por qué tendríamos que creerles siendo que también usan el
lenguaje para expresar aquello que
consideran verdad?, ¿no son sus palabras acaso ficciones y metáforas alejadas
de “las cosas en sí”? ¿Es verdad que la verdad no existe?, el punto
final del escéptico es como el que se menciona en algún dialogo filosófico: no
poder decir ni afirmar nada porque nada se puede saber.
Respuestas y Reflexiones Adicionales
Si bien es cierto que pensar en esto debería
llevarnos a reflexionar nuevamente sobre el lenguaje, a ser cautelosos y
reconocer las limitaciones que tenemos, el escepticismo es una vía
autodestructiva y paradójica.
No debemos dejar de considerar
las limitaciones racionales y lingüísticas que de algún modo el mismo apóstol
Pablo consideró, y ante lo cual Tomás de Aquino también argumentó; hay una gran
cantidad de cosas que nos resultan incomprensibles en cuanto a su esencia (Dios mismo por ejemplo), pero no por eso incognoscibles en cuanto algunos rasgos o
características que podemos aprehender por medio de nuestros recursos
comprensivos, algunas de ellas revelados a nuestra razón (como Dios mismo), y
más allá de la razón, por medio de la experiencia humana total.
A pesar de estas limitaciones, la
confianza en la autoridad de la palabra, respaldada por la fe en Dios y
su existencia, sugiere que el lenguaje no es simplemente una convención. Más
bien, es un instrumento para capturar propiedades comunes y formar categorías
que reflejan la realidad divinamente diseñada.
La confianza en la autoridad
divina como creadora de todas las cosas proporciona una base sólida para
afirmar la existencia de una realidad más allá de nuestra percepción, o en su
defecto de una realidad creada para existir al ser percibida. La creencia en un
Dios creador implica que las cosas (materiales e inmateriales) existen
objetivamente y fueron diseñadas para ser percibidas, comprendidas y nombradas
por la mente humana.
La facultad humana para
comprender se enriquece con la idea de que Dios nos ha dado "razón y
voluntad", permitiéndonos comprender y nombrar lo creado. Este acto
implica la capacidad de acceder a algunas características distintivas de esencias,
formas, sustancias, especies y naturalezas, a pesar de las limitaciones
inherentes que poseemos.
La mente divina es una posible
ubicación plausible para "ideas,
formas o universales" de los entes creados. En esta perspectiva, los
universales existen en la mente divina y participan en la creación de las cosas
particulares de acuerdo con su especie o forma. Esta idea sugiere que, al
conocer las cosas particulares, podemos penetrar en su particularidad para
extraer y conocer el universal. El lenguaje humano, en su búsqueda de conocer
primero y luego expresar la verdad, refleja esta conexión con las formas
divinas.
Para Feser, pensador cristiano,
en realidad y menos trágico, las palabras no son metáforas en el sentido de que
no guardan una relación literal con las cosas, sino que son analogados de
diverso tipo, y por tanto sí que se guarda una “semejanza” real con las cosas,
aunque no literal. El lenguaje no pretende que “la cosa en sí” entre en
la mente, sino que se guarde una relación de comprensión informática
acerca de la verdad, una correspondencia real y análoga entre lo que se piensa
y lo que es, más allá de la etiqueta nominal.
Aunque las palabras no son
exactas , son análogas, pudiendo guardar una relación correcta con el
ser y una semejanza con el diseño de la mente divina.
Si bien buscamos no caer en un
escepticismo sin sentido, el lenguaje necesita ser “guiado” hacia la verdad por
una fuente con autoridad, por medio de la Palabra Divina misma, la cual se
encarga de evitar la confusión y traer la iluminación del ser a la mente, donde
además podemos comprender también que el lenguaje no es el único componente del
pensamiento, y el pensamiento no es el único componente de la individualidad.
La concepción hilemórfica, que ve
las sustancias como compuestas de materia y forma, ofrece otra perspectiva
valiosa. La "forma" de las cosas, que define su esencia
y naturaleza, se considera escrita o programada en el lenguaje de los
entes particulares. Un ejemplo contemporáneo es el ADN en los seres vivos. Este
código genético inserto en el ADN actúa como un lenguaje que determina las
características y naturaleza de la entidad biológica. La información codificada
en el ADN configura y da forma a la materia para formar especies o categorías
concretas de seres vivos.
Estas respuestas colectivas
resaltan la interconexión esencial entre el lenguaje, la mente divina y la
comprensión de la naturaleza de las cosas. A pesar de reconocer las
limitaciones de nuestro entendimiento, la cosmovisión cristiana insinúa que, a
través del lenguaje y la razón, podemos acercarnos a una comprensión más
profunda de la verdad divina inscrita en la creación, tanto de entes materiales
como inmateriales. En este enfoque, el lenguaje se percibe como un medio
mediante el cual accedemos y expresamos la naturaleza de las cosas.
Más allá del lenguaje y la razón, pero no en su contra.
Al abordar el complejo problema
del lenguaje y su capacidad para acceder a la esencia y naturaleza de las
cosas, se revela otra realidad fascinante: el lenguaje no es el único
componente del pensamiento, y el pensamiento no constituye la totalidad de la
individualidad humana. En este contexto, otra posible solución al problema del
lenguaje se despliega en la comprensión de que nuestras experiencias humanas
abarcan la totalidad de nuestro ser y todas sus dimensiones.
La experiencia humana se desenvuelve
unitariamente con experiencias espirituales, cognitivas, afectivas,
emocionales, psicológicas, físicas, sociales, etc., y más, elementos que
también están presentes en nuestro pensamiento, aunque en ocasiones resulten
inefables. Mientras que el lenguaje se muestra como nuestra herramienta
principal para razonar y expresar verdades, las experiencias humanas
trascienden esas limitaciones.
Si bien el lenguaje es esencial
para la comunicación y expresión de ideas, reconocer sus límites es crucial.
Las experiencias humanas, en toda su complejidad, no pueden ser completamente sintetizadas
por las palabras, resultan inexpresables. En momentos de profunda emoción,
conexión espiritual o reflexión racional intensa, el lenguaje no es suficiente.
Al reconocer la idea de que el
lenguaje es una herramienta valiosa pero no exhaustiva, se abre la posibilidad
a una comprensión todavía más completa de la verdad. Las palabras, son sólo un
medio para expresar la riqueza de la experiencia humana. Esta riqueza, en su
totalidad, nos invita a explorar más allá de los límites del lenguaje y a
abrazar lo ambiguo y bello de nuestra existencia.
En última instancia, la verdad no
reside en el lenguaje, sino en la vivencia plena de la realidad y la verdad en
Dios, en Cristo, donde nuestro pensamiento y nuestra experiencia convergen en
una comprensión que rebasa los límites del lenguaje. En este sitio más allá de
las palabras, encontramos una síntesis más auténtica y profunda de lo que
significa conocer y expresar la verdad.
“Más entonces veremos cara a
cara”. Hay una promesa de que en algún tiempo podremos acceder de forma clara a
lo que las cosas son, la respuesta ontológica y epistemológica sin velo alguno,
sin problemas o tragedias lingüísticas.
1 Comentarios
Excelentes reflexiones
ResponderBorrarY si ,veremos cara a cara
Un abrazo hijo